Los árboles golpeados
Existen diversas prácticas agrícolas que implican tratar a los árboles frutales de manera violenta, utilizando métodos que van desde la inserción de puntas de acero en la corteza hasta el uso de cadenas ajustadas alrededor del tronco, o incluso golpear los árboles con piedras y palos. Este enfoque, aunque chocante, ha sido parte de las tradiciones agrícolas desde tiempos antiguos. En mi investigación, descubrí que ya en el antiguo Egipto se realizaban cortes en la corteza de los sicomoros (Ficus sycomorus), que es una especie de higuera, con el propósito de incentivar la producción de frutos.

Este fenómeno proviene de una observación interesante sobre ciertas especies de árboles, como los limoneros, papayos y higueras. A pesar de contar con las condiciones ideales para crecer, que incluyen un suministro adecuado de agua, abono y un suelo fértil, estos árboles tienden a producir pocos frutos. En situaciones óptimas de crecimiento, se enfocan más en desarrollarse y menos en reproducirse. Si alguna vez te has encontrado con higueras repletas de hojas verdes y brillantes, pero escasas en frutos, esto es el resultado de un árbol que dirige su energía hacia el crecimiento vegetativo en lugar de la fructificación.
Por otro lado, es común encontrar higueras en ambientes más adversos, como en terrenos pedregosos, que tienen más frutos que hojas. Esto se debe a que los árboles, al igual que otros organismos vivos, siguen un ciclo natural de nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte. Sin embargo, aquellos que reciben una abundancia excesiva de riego y nutrientes pueden extender la fase de crecimiento y retrasar la producción de frutos, ya que su vitalidad parece asegurada y no sienten la urgencia de perpetuarse antes de fallecer.
El higo que crece en una ladera rocosa, por ejemplo, puede percibir que su vida es breve debido a la falta de agua y nutrientes en el suelo. En este caso, el árbol se concentra en producir frutos, ya que sabe que su tiempo es limitado. Así, minimiza el desarrollo de hojas, destinando su energía casi en su totalidad a la fructificación, procurando asegurar su legado.
Para inducir este tipo de reacción, se golpean los árboles o se les colocan objetos punzantes, con el fin de simular una amenaza inminente a su existencia. Este tipo de estrés provoca que el árbol, como cualquier ser vivo enfrentado a una crisis, entre en un estado de alerta que lo incita a producir una mayor cantidad de frutos en un intento por garantizar su descendencia antes de que su vida llegue a su fin.
Al sanar, el árbol sigue recibiendo cuidados que incluyen riego y fertilización. En ese momento, se percata de que sigue vivo y que su situación ha mejorado, pero no sin haber sufrido daños que podrían acortar su vida útil. Es posible que produzca más frutos como resultado de este enfoque agresivo, pero el costo puede ser un ciclo de vida más corto.
En Inglaterra, encontré otra variante de esta práctica. En lugar de golpear los troncos, los agricultores conocen bien la respuesta de los árboles al estrés y aplican una técnica diferente con las higueras. Cultivan estas plantas en macetas y evitan regarlas o nutrirlas, lo que obliga al árbol a adaptarse a una situación similar a la del higo en un entorno hostil. Así, al carecer de un sustrato rico y abundante, el árbol responde produciendo más frutos, replicando el comportamiento observado en árboles que crecen en condiciones adversas. Esta conexión entre el estrés y la producción frutal es un fascinante ejemplo de la adaptación de las plantas a su entorno para asegurar su supervivencia y continuidad.